Amanece. Un rayo de luz atraviesa la cortina para despertarnos como cada mañana. Las ventanas de madera de la habitación se abren al sur-este.
El baño está fresquito pero me encanta, me ayuda a despertarme. Los trinos primaverales atraviesan la casa montados en la brisa matutina.
Al cerrar las ventanas bajo las persianas de madera, así a lo largo del día no entra el sol en las habitaciones. Cuanto menos calor acumule la casa en primavera, más fresca la tendremos en verano.
En la cocina oigo el molinillo de café por segunda vez, una taza de café me espera.
Junto a la ventana mi mirada se pierde en el paisaje. Un grupo de grullas vuela, como un único ser, hacia tierras más frescas al norte de Europa.
Bajo la mirada y veo árboles, casas y una carretera a lo lejos. Ya no se ven tendidos eléctricos ni torres. Hace años que desmantelaron las centrales térmicas y nucleares. Ahora la energía la producimos y gestionamos entre todos. No gastamos más de lo que tenemos.
La cocina es sencilla y luminosa. Frigorífico, cocina, horno, cafetera, son muy eficientes y se abastecen de una red eléctrica local. Unas baterías en el ayuntamiento acumulan la electricidad que los vecinos producimos con placas fotovoltaicas en las cubiertas.
El café sobre la mesa humea. Éste es el centro de la casa, es donde pasa todo. ¡Qué buenos momentos hemos pasado a su alrededor! Acaricio el tablero de madera con una sonrisa.
Abierto sobre la mesa, el periódico de hoy, me atrae y leo:
La arquitectura del siglo XXI un caballo desbocado…
A principio del s.XXI subido al tren de la alta velocidad, del progreso y del crecimiento ilimitado, el sector de la construcción Español andaba bajo un aura de protección, desbocado y altivo. La edificación consumía recursos minerales y se hacía más y más dependiente de las energías no renovables. El usuario se alejó del objetivo final de la arquitectura, reservando este privilegio a la rentabilidad económica.
A esta fiesta se apuntaron todos. Las administraciones hicieron infraestructuras sobredimensionadas y rediseñaron ciudades y pueblos con afán especulativo. El sector financiero aprovechó para endeudar a la población al máximo.
La edificación, producto de consumo, enfermó. Se cargó de campos magnéticos y toxicidad, generando patologías en las personas. Se tornó impermeable, insalubre, fría, incómoda y sucia.
Recuerdo que entonces todo iba muy rápido, los materiales y la mano de obra eran de poca calidad… que mala arquitectura que produjimos…
Bebo un sorbo del café, y sigo leyendo:
Entonces ocurrió que ante la evidencia del cambio climático y la crisis del sistema, se oyeron las voces de los que hablaban de sostenibilidad desde hacía muchos años y se inició el diseño de un nuevo escenario.
En este proceso participó toda la sociedad. El cambio iba a ser lento pero integral, se apostó por el “decrecimiento consciente de la economía y la relocalización” a todos los niveles.
Tomaron importancia el impacto ambiental producido por los materiales, el bienestar y el confort. Se incentivó la autosuficiencia económica, energética y constructiva. Se aprendió de las sociedades tradicionales, de su organización y construcción eficientes, de bajo impacto ambiental y que cerraban los ciclos de los materiales que utilizaban.
Trabajando todos a una, no había nada que perder y mucho que ganar.
¡Fue emocionante! En los edificios volvimos a usar materiales tradicionales como la tierra, la paja, la madera y la caña, desplazando al plástico, al acero, al aluminio y al hormigón. En las casas brillaron el sol y la sombra.
Éramos pocos los que nos pusimos manos a la obra pero enseguida se unió gente convencida.
Recuerdo cuando hicimos esta casa en el año 2012. Para construir los muros de tierra tuvimos que reaprender. Hicimos algunas mejoras respecto a muros antiguos que había en los alrededores. Añadimos paja en su interior para mejorar el aislamiento, pero el sistema mantenía la esencia y funcionó a la perfección. Y todo con materiales Km.0 ¡Eso sí que fue revolucionario!
Repaso con cariño los días de su construcción. Las manos y las ropas de todos manchadas de barro y serrín. Mi mente pasea por todas las estancias. La sala, la cocina, los dormitorios, cercados por gruesos muros se abren a sur con grandes ventanales y con pequeños huecos a norte para ventilar.
Doblo el periódico y sosteniéndolo bajo el brazo cojo la taza de café. Hoy me apetece tomarlo en el jardín, bajo el sol que empieza a calentar. Salgo descalza y noto la frescura de la mañana en mis pies. La vegetación del pequeño jardín, su sombra y su agua, son la refrigeración natural de la casa.
Recuerdo cuando entendí que el confort depende de una serie de parámetros no medibles por máquinas.
¡Qué revelación! Sólo nosotros somos conscientes de los matices que aportan el confort. Por eso, la gestión más eficiente del ambiente interior no es programable. Tuvimos que rediseñar este concepto, adaptarlo a las nuevas expectativas…. y eso hicimos.
Trabajamos con las pieles que protegen al hombre (piel, vestido, cobijo) y sus fuentes de energía (luz, agua, alimentos). Fue más sencillo de lo que parecía. Entender esto y gestionarlo ayudó a reequilibrar otros aspectos como si de una varita mágica se tratase… El hombre se reconcilió con la naturaleza.
Donde no llegaron las pieles y la luz, llegaron los combustibles de residuos agrícolas para calentar las casas. Hoy se producen en todas partes.
Pienso en todo lo que aprendí de mi abuelo, que era un agricultor sabio. Venía a decir a su modo que había un conocimiento acumulado durante milenios que era de todos y que teníamos que emplearlo en cada gesto de forma respetuosa y consciente.
¿Cómo no vimos antes que vivíamos a espaldas de nuestras propias necesidades, acallados bajo el ruido del consumo?
Doy otro sorbo al café y sigo con el texto:
Una vez demostrado que los materiales locales cumplían las demandas de confort que exigían las normas, se diseñaron protocolos y ensayos de control de calidad. Estos materiales superaron a los convencionales en la reducción del impacto ambiental.
Los edificios se diseñaron con sistemas pasivos que reducían la demanda energética y que generaban su propia energía.
Apoyo mi espalda en el muro, está más tibio que el suelo del jardín. Aquí construimos un muro captador de calor en la fachada sur. Tras un vidrio, el calor acumulado en los muros de tierra, lo recirculamos por la sala, sencillamente. Es una calefacción que no usa energía, y como los invernaderos, nos ha funcionado a la perfección… La gente está encantada.
Son casas vivas, que respiran.
Suspiro y vuelvo a la cocina. Dejo la taza en el fregadero llena de agua. Con los dedos juego a salpicar distraídamente mientras pienso en este bien precioso. El agua potable al final de los años 20 escaseó y se encareció. Nosotros construimos un aljibe para el agua de lluvia que usamos para los inodoros y para toda el agua de la vivienda que no es de boca.
Cuántos experimentos hicimos en esta casa y cuanto aprendimos de otros y de los antiguos… Después este conocimiento lo aplicamos en obras más grandes, edificios de viviendas, hoteles, colegios. ¡Estas estrategias funcionaron a gran escala!
Reaprendimos a mirar al cielo buscando respuestas, a ponernos calcetines, medias y jerséis. Eso sí, uno podía comunicarse con todo el mundo al instante y eso fue decisivo para que viajara el conocimiento.
Concluye el artículo:
Se apostó por la gestión del territorio para la obtención de energía. A las ciudades volvió el verde, en las cubiertas, terrazas y balcones. Algunos jardines se tornaron huertos donde la gente hoy cultiva alimentos.
Hubo migraciones a las zonas rurales, donde el acercamiento a la naturaleza era más sencillo. Esto condujo a la actual descongestión de las ciudades y a la reactivación de la gestión del territorio con fines productivos para el consumo de cercanía.
Además cambiaron algunas formas de vida. Los pueblos, las ciudades y las viviendas se adaptaron a la vida en comunidad.
Sí, nosotros fuimos de los que auto construimos y apostamos por vivir en un pueblo, pero otros hicieron el cambio desde las ciudades. Qué tiempos aquellos, con qué intensidad hicimos el cambio y con qué naturalidad se fue sucediendo…
Todo esto que ocurrió late en las paredes de nuestras casas.
Dame la mano, ven, acércate al muro… ¿puedes sentirlo? Si las paredes hablaran…
Sobre la autora: Àngels Castellarnau Visús – Arquitecta, especializada en bioconstrucción y construcción con tierra, investiga en gestión de recursos naturales. Las líneas que separan la agricultura y la arquitectura y el territorio y el hábitat, son sus líneas de confort.
Inspiraciones:
Bibliografía
SERRA, R., COCH, H. (1995): Arquitectura y Energía Natural. Edicions UPC. Barcelona.
CUCHI, A. (2005): Arquitectura i Sotenibilitat. Edicions UPC. Barcelona.
ONU, (1987): Nuestro futuro en común (Informe Brundtland).
BUENO, M. (1992): El gran libro de la casa sana. Martínez Roca. Barcelona.
MINKE, G. (1994): Manual de construcción en tierra. La tierra como material de construcción y su aplicación a la arquitectura actual. Fin de Siglo. Uruguay.
DOAT, P. HAYS, A. HOUBEN, H. MATUK, S. VITOUX, F. (1985): Construir en terre. Alternatives. París.
MARTINEZ ALIER, J. (1999): Introducción a la economía ecológica. Rubes. Barcelona