– ¡No te olvides de pedir un deseo! – Decía Mar a su hijo. Y entonces se hizo el silencio, un instante antes de que Pedro apagase las velas y un estallido de hurras llenara el comedor.
– Ahora vamos a cambiar los números, ¡le toca soplar al yayo! – dijo a continuación, y todo el mundo dirigió su mirada hacia la cabeza de la mesa, donde el rostro arrugado del abuelo luchaba por esconder la emoción. La casualidad les había hecho nacer el mismo día, así que cada 16 de noviembre había doble celebración. Pero esta vez era algo especial. Con 81 años a sus espaldas, ver a un nieto cumplir dieciocho le traía a la cabeza no pocos sentimientos.
El pastel que había hecho la tía Lisa se terminó enseguida, sólo quedaron las figuritas que lo coronaban y que servían de juguete a los más pequeños a la hora de los postres. Mientras tanto la abuela continuaba con el ritual, y sacaba los libros de fotografías de años y años atrás.
– Ven aquí un rato, Pedro, que reiremos todos un poquito – decía la abuela; y continuaba:
– Aquí tienes a tu madre cuando cumplió sus dieciocho, el año 2030.
– ¡Y el yayo también lloraba! – dijo Pedro.
– El abuelo siempre ha sido de lágrima fácil – añadía la abuela. Y todos rompieron a carcajadas.
– No es cierto… tontos…- protestaba el abuelo, avergonzado, mientras su memoria regresaba a aquellos años, como si hubieran sido ayer mismo.
– Fue un momento muy especial, porque veníamos de una época muy difícil, y aquel día al ver a tu madre cumpliendo su mayoría de edad, con una ilusión tremenda, nos parecía que, por fin, empezábamos a ver el resultado de tantos esfuerzos – el abuelo continuaba explicando, mientras acariciaba la mano de su esposa:
– Los años veinte, y también los últimos de la década anterior, fueron…- respiraba hondo – …los que no lo habéis vivido no podéis imaginar lo que supusieron – decía el abuelo mirando a su nieto.
– Hoy todo es tan diferente, – continuaba, como pensando en voz alta – y a todos los jóvenes os parece natural que las cosas sean como son, igual que en esos días nos parecía normal a nosotros la vida que habíamos tenido hasta entonces. Aunque estábamos equivocados, muy equivocados.
– Aquí tu mamá ya había nacido, pero aún no la conocíamos – decía el abuelo mirando una fotografía de cuando la abuela tenía 35. – ¡Mar aún nos haría esperar cuatro años hasta hacernos padres! Entonces parecía una eternidad, ¿verdad? – las manos de los abuelos se estrechaban – Eran los años de la crisis, decían entonces. El comienzo de la transición, podemos decir ahora.
– ¿Y por qué la llamaban la crisis? – preguntó Pedro.
La abuela tomaba el relevo:
– Pues porque después de años y años de vacas gordas, de gastar y derrochar alegremente, todos nos habíamos creído que aquella locura era lo normal, que iba a durar para siempre, y que si alguna vez sufríamos un bache, tarde o temprano volvíamos a ir a más, siempre a más. Piensa que por aquel entonces cada persona consumía como si tuviera 45 esclavos a su servicio ¡día y noche! Parece mentira, ¿verdad? –
No era la primera vez que los abuelos contaban aquellas batallitas, pero nunca dejaban de sorprender a los jóvenes como Pedro, por no hablar de alguno de los más pequeños que también asomaba la oreja.
– La mayor parte de lo que consumíamos para trabajar, para movernos, para calentar nuestros hogares, e incluso para producir la comida, venía del petróleo…-
Entonces el abuelo bajando la cabeza prosiguió:
– Y cuando el petróleo barato empezó a escasear… sufrimos un descalabro. Tardamos un tiempo en entender que aquellos días de borrachera no volverían, y de hecho nos empeñamos en ello unos cuantos años más, quemando más gas y sobretodo más carbón, con lo que terminamos de dar un buen empujón al cambio del clima. Seguro que te han explicado en el instituto que el cambio climático, lo que nosotros pusimos en marcha, todavía tardará años, seguramente siglos, en detenerse. Pues en esos momentos ya lo sabíamos, pero aun así no nos parecía un problema, es curioso ¿verdad? – Se preguntaba a sí mismo.
– ¿Y cuándo comenzó la transición? ¿Qué os hizo reaccionar? – Pedro, quien ya tenía el semblante de haber caído en un túnel del tiempo, quería saber más.
– Tras la primera crisis económica, – la abuela tomaba la palabra – poco después del cénit del petróleo mundial, comenzaron a surgir en todo el mundo grupos de personas realmente preocupadas por la sostenibilidad de nuestra sociedad. Los científicos llevaban ya muchos años, ¡décadas!, advirtiendo del pico de los combustibles fósiles, de los peligros del calentamiento global, y de la pérdida de bosques y de especies. Lo que vio aquella gente alrededor del año 2010 es que se tenían que empezar a hacer cosas prácticas, cosas visibles, para tratar de cambiar nuestra manera de funcionar hacia un equilibrio con la naturaleza, hacia la vida que de hecho tenemos ahora, y que cuando tu madre tenía tu edad, en 2030, ya empezaba a vislumbrarse. –
La abuela seguía repasando las fotografías. Ahora miraba las de un libro que los abuelos se habían hecho ellos mismos con un ordenador, cosas de aquellos días, y se detuvo en una página de 2014.
– Aquí, en nuestro pueblo, todo empezó al juntarnos unos vecinos que queríamos comprar comida, ropa y otras cosas hechas en la comarca, algo que llamábamos grupos de consumo de proximidad. Hoy parece completamente absurdo, Pedro, pero es que casi todo lo que usábamos y que comíamos venía del otro extremo del mundo, y mientras tanto aquí los trabajadores de las industrias se habían quedado sin trabajo y los agricultores no podían ganar un sueldo. –
El abuelo tomó el relevo:
– En otros pueblos pusieron en marcha cooperativas energéticas, para utilizar electricidad de fuentes renovables, aprovechar residuos para combustible… Algunos se animaron a vivir en las llamadas cooperativas integrales, que hacían un poco de todo esto que te decimos, y otros se dedicaron a transformar los barrios y pueblos siguiendo el ejemplo de la red de transición de las islas británicas.
La cosa tomó empuje de verdad a finales de los años 10, cuando ya teníamos a Mar en casa. En poco tiempo pasaron varias cosas muy graves: a medida que el petróleo que quedaba se volvía demasiado caro de extraer, las empresas petroleras dejaron de invertir y su producción se precipitó. La economía volvió a encallar, y esta vez cayeron incluso los más ricos, que entonces eran China y Estados Unidos. Para remate 2 años de fuerte sequía en estos dos países nos llevaron al borde de una crisis de alimentos global. El dinero no servía ya para gran cosa, y fueron las comunidades que años atrás ya se habían ido preparando las que lo soportaron mejor. El resto las copiaron enseguida, y fue realmente sorprendente la cantidad de cosas que cambiaron en pocos años.
La mayor sorpresa en realidad fue que la solución a la crisis no pasó por sustituir el petróleo por placas solares y turbinas eólicas, como algunos creíamos. Las soluciones tecnológicas se volvieron prohibitivas en la economía de los años 20. La clave fue reducir el consumo de todo lo que era innecesario, y aprender a usar el sentido común para las cosas esenciales.
– Si no lo detenéis, el abuelo os tendrá aquí escuchándole hasta la madrugada – espetó la abuela, mientras le pellizcaba la mejilla. Y no le faltaba razón.
– Ya termino… – gruñó, y como si tal cosa regresó al hilo de la historia:
– Cuando mamá era pequeña en casa teníamos 2 coches, en el mundo había 1.000 millones. A principios de los 30 en las ciudades ya casi no circulaban más que tranvías, troles y algún autobús. Las fábricas de coches de antes son las que ahora se dedicaban a la reparación y re-montaje de todo tipo de maquinaria, y la mayoría ya se autoabastecían la corriente, al igual que las granjas que empezaron a moler el grano con los “nuevos” molinos mecánicos. La gente mejoró los aislamientos de sus casas, empezó a calentar el agua con el sol y dejamos de utilizar las máquinas de producir aire frío. Los electrodomésticos que aún necesitábamos eran de alquiler y uso compartido. La principal revolución, sin embargo, fue la transformación de la agricultura…
– Pero de eso ya te hablará mamá otro día, que ella es la experta – concluyó la abuela.
En efecto, en 2030 Mar decidió dedicarse a la agroecología, quizá porque había pasado su infancia jugando en el huerto de los abuelos, o quizá porque ya había nacido para ello. La cuestión es que siempre le entusiasmaron las ciencias de la tierra, y algunos años después incluso fundó su propia escuela, la primera de toda la provincia. No está nada mal…
Sobre el autor: Quim Nogueras Raig – Médico, experto y divulgador en las problemáticas del pico del petróleo y el cambio climático, así como su relación con la actual crisis sistémica y con el sistema sanitario. Autor de “El Retorno al Equilibrio: Propuestas y Realidades en el Camino hacia la Sostenibilidad.”
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